viernes, 5 de junio de 2009

Parece sacado de una novela negra.

viernes, 5 de junio de 2009

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Parece sacado de una novela negra.

La lluvia se intensificaba más y los caminos comenzaban a hacerse de lodo, agua en abundancia que recorría todo el pueblo y sus alrededores.

Desde hacía tiempo que no llovía, hoy en cambio el coraje del cielo no se le veía fin. Nosotros estábamos en la casa de la abuela, jugando ajedrez, con dos cigarrillos prendidos y un poco de café en la olla que ya se había enfriado. El techo tenía encima unas láminas que lo recubrían, pero ahora era molesto con el granizo aquel escándalo que provocaban.

- Me doy, no puedo concentrarme así. – Mi primo estaba aturdido y yo no hallaba mayor distracción que una vaga mirada hacia la ventana enfrente de mí. Dimos por pausado el juego, así que levanté el tablero y lo subí encima de un librero, tratando de no mover las piezas y recordándole a mi primo que era su turno en la próxima ocasión en que se animara a seguir esa interesante partida.

Pero esa continuación no llegaría en mucho tiempo. A los tres días paró – por fin – de llover. Algunas casas en la parte baja de la montaña quedaron cubiertas de tierra, pero no veíamos señas de vida por ningún lado, así que pensamos que sus habitantes debieron abandonarlas durante la tormenta. El cielo sin embargo no se veía despejado, parecía enojado o enfermo, como si nos estuviera castigando por algo que hubiésemos hecho de mal.

- Algo malo va a pasar – mi abuela articulaba por fin palabra después de 72 horas. Y no se hizo esperar, la escena parecía sacada de una novela negra, la tragedia se veía evidente. A mí en especial me aterraba la idea de escarbar en esas casas sepultadas y encontrar siquiera animales muertos. Ubicaba perfectamente quién vivía en cada casa por lo que lamenté las pérdidas humanas por anticipado si es que algo malo hubiese pasado y nosotros llegásemos a enterarnos en las próximas horas.

Pero no fue así. La vida tomó un poco más de normalidad, las casas (tres en total) fueron desenterradas y no se encontró más que pérdidas materiales (pero las personas no aparecían aún), por lo que la calma regresó al pueblo. Un día no muy lejano a esos que habían pasado decidí despejarme y salir con mi primo (ambos nos encontrábamos de vacaciones, pues ya hacía tiempo que dejamos de vivir en ese hermoso pueblo) al billar que estaba a unas cuadras de la vivienda de mis abuelos. Ordenamos cerveza y alguna botana. Los viejos amigos comenzaron a aparecerse en diferentes tiempos y circunstancias. Uno de ellos me invitó una cerveza al tiempo que jugábamos a la carambola y de la nada apostamos a una sencilla (¿será por el alcohol que ya estábamos apostando?) a la cual le ofrecí una cerveza extra más un monto de 50 pesos. Cerré los dientes y apreté los labios cuando vi que mi estrategia se iba a la basura. Cumplí con lo que prometí pero mi amigo me notó raro, así que la expliqué que me encontraba preocupado por las últimas expresiones de mi abuela, y es que la conocía muy bien y sabía que un excesivo estrés traería consigo una enfermedad y no me gustaría para nada que pasara eso.

- ¿Qué fue lo que te dijo tu abuela, o cómo intuyes que se puede enfermar?

- “Algo malo va a pasar”, eso fue lo que me dijo.

Las carcajadas se hicieron evidentes y al poco rato todos nos fuimos retirando. Lo que pasó después lo viví con bastante intensidad. A los dos días estaba enfrente de la puerta de la casa la madre de mi amigo, bastante preocupada, pidiendo hablar con la abuela, lo cual se me hizo bastante extraño. Al poco rato pasó de nueva cuenta la señora, pero ahora iba de salida. Fuimos mi primo y yo al amanecer del siguiente día a recolectar unas cuantas nueces de la parcela del abuelo y puse atención a otra conversación entre gente de edad ya avanzada:

- No lo sé Don Lucho, a mí se me hace que los rumores son reales, vea uste’ namas ese cielo, negro, negro, ¿a poco es así siempre el cielo de agosto?

- Pues es lo que dicen compadre – decía don Lucho mientras contemplaba el cielo lleno de nubes grises – que algo malo va a pasar. Yo digo que lo más razonable es recoger la poca cosecha que se lleva juntada, no vaya a ser una de malas y se nos mueren las plantas y nosotros sin poderlas comer…

Vaya que mi abuela tenía poder de convocatoria. A mi paso rumbo a la casa oí decir algún comentario al respecto con otras personas.

- Es raro – decía una mujer a su hijo – ver a los pájaros posarse en los árboles de la iglesia y no en los del parque. Además mira a los perros en las azoteas, no paran de ladrar a todos lados, parecen como poseídos.

Un auténtico espectáculo visual en las noches nos dejó a todos perplejos. Los rayos no paraban de alumbrar el nido de la noche y sus truenos ensordecían nuestros hogares, en donde más de uno tenía en su mano un rosario o al menos recitaba alguna oración. Mi abuela permaneció quieta y segura de su hipótesis que ya había – sin querer – alterado al pueblo entero.

A la mañana siguiente el cielo despertó de un azul intenso, vivo, divino. Salí tempranísimo por unas piezas de pan, además de que mi primo había ido a ordeñar la vaca.

- Buenos días don Horacio, ¿qué no piensa vender pan el día de hoy? – pregunté al panadero un tanto extrañado al verlo sin el carrito en que siempre paseaba toda su mercancía.

- Si no soy terco joven – me contestó en un tono indignado – yo me largo de este pueblo infernal. Vea usted namas el cielo como nos traiciona, de seguro al rato llueve más fuerte y nos entierran con todo y ropa puesta. Vea tan solo qué les pasó a las casas de la otra vez.

- Es usted valiente Horacio – dijo un hombre al otro lado de la calle, quien cargaba una carreta con un montón de pertenencias, a un lado caminaban sus hijos y su mujer – nosotros nos vamos también. Dicen que el pueblo está maldito, vayamos hacia Santa Cecilia, seguramente allá nos darán la bendición y la bienvenida. No deje de seguirnos.

En un abrir y cerrar de ojos vi moverse un centenar de pequeños carros y máquinas para transportar, todos salidos de las diferentes casas y cargados hasta el tope de todo lo que ellos consideraban necesario para sobrevivir al viaje, a la emigración hacia Santa Cecilia, Santo Tomás, Villas del Carbón y otras localidades relativamente cercanas. Caminé apresurado en dirección a la casa de mi abuela, confundido y cómo no, espantado por tanto movimiento. Subí hasta su habitación y la encontré sentada en su silla mecedora al lado de la ventana, con la mirada perdida en el horizonte.

- ¿Ya ves hijo? Lo que supuse era verdad. Algo malo va a pasar.

Punto final.

Salud y saludos!

2 recordatorios maternos, deja el tuyo:

KaRmen

wow que buen relato, largo pero interesante...
parece novela realista...bastante bueno el post...lamento no haber pasado antes a comentar pero ya te habia leido antes..
saludos!!!!

Oscar Castañón

q bueno q te gustó Karmen, y mil gracias por comentar, espero tener más material como este, es que ahora si andaba un poco inspirado, jajaja!

 
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