martes, 28 de julio de 2009

Murieron ahogados en el mar.

martes, 28 de julio de 2009

La última entrada en Blogguercedario, con la que me animo a escribir una historia en la que le daré continuidad mínimo por tres turnos más que me toquen. A ver que tal.

Murieron ahogados en el mar.

La noticia circulaba en los encabezados de algunos periódicos locales de la zona. “Murieron ahogados en el mar”. La noticia más que grave, sonaba a un chisme morboso con aires de consumo. No era la primera ni la única de su especie en este poblado, pues me encuentro relatando la historia de una aldea cercana a la costa, un mar muy bravo en la época de verano.

Era entonces las 9:00 am cuando me acerqué al puesto de periódicos, como periódicamente lo hacía en períodos cortos. Las elecciones intermedias, un fracaso rotundo al partido que actualmente ocupa el poder; el ejército llamado a declarar sobre crímenes y atentados a los derechos humanos de civiles; el narcotráfico se apodera del estado colindante; crisis en el sistema de evaluación educativa…

Daba unos sorbos al jugo de naranja que había adquirido dos locales antes de llegar a donde me encontraba. Noticias de espectáculos en aquel diario y lo más relevante del deporte en este otro. Los diarios de noticias morbosas normalmente escapaban a mi atención, pero al leer los preliminares y observar unas fotografías anexas, me interesé tanto en la noticia que no pude resistir a comprarlo.

Con pena e inseguridad lo doblé y miré a mi alrededor, como quien compra marihuana o una revista pornográfica. Llegué a mi casa y abrí el informativo que acababa de comprar, qué pésima redacción, me molesta que la gente cobre dinero por productos de tan poca calidad. La noticia, las circunstancias, el número de personas involucradas, las fechas citadas, los lugares… ¡rayos! No quiero pensar mal, pero parece que se trata de un accidente del cual yo tengo conocimiento.

Marqué sin pensarlo dos veces el número telefónico de mi amiga, una chica guapa, dos años menor que yo, quien me había comentado de una expedición a la que acudirían varios amigos de ella pero que, por ciertas circunstancias, la chica en cuestión se vio imposibilitada para acompañarlos. Después de saludarnos con un poco de hielo y de manifestarme su extrañeza por esa llamada matutina, procedí a preguntarle acerca del viaje ese que me había comentado. Todo normal, hasta ayer en la tarde ella había tenido comunicación con los muchachos que habían partido del pueblo una semana antes y recorriendo algunos cientos de kilómetros mar adentro, a una isla cercana, centro de atracción para los adolescentes de todos aquellos rumbos.

No me pareció ni tantito apropiado comentarle acerca de la noticia periodística, quizá me tomaría mi presentimiento a mal. Aproveché sin embargo la oportunidad para invitarla a tomar una bebida en la tarde, a lo que ella titubeó por un momento pero quedó de confirmarme en el transcurso del día, para ver si lograba terminar todos los asuntos de su agenda familiar.

Coincidencias, pensé.

Conforme pasaron las horas comencé a olvidarme del asunto del periódico y emprendí mi vida cotidiana de la forma más normal que se pueda suponer. Me entretuve un rato en el carro, limpiando el polvo provocado por la brisa de la noche anterior y aprovechando para componer algunos desperfectos del audio, ya que de las cuatro bocinas que tenía no hacían una sola. Escuchando radio recostado en mi hamaca dispuesto a tomar una buena siesta, sonó el móvil un par de veces, anunciando la entrada de un mensaje de texto.

Karla, se me vino a la mente el nombre de mi amiga de la mañana. Había dado por fallido mi intento de estar a su lado el día de hoy. “Todo salió como esperaba, que te parece si nos vemos ahora? Saludos!”. Se me abrieron los ojos al leer sus líneas, era una respuesta que no me esperaba y menos ahora que estaba a punto de dormir. Enseguida marqué su número y fue como supe que estaba cerca de mi casa, a escasas cuadras y que si quería podía pasar por mí o llevar algo para tomarlo juntos.

Coincidencias, volví a pensar.

La cité en mi casa en veinte minutos, sirviendo en aprovechar el tiempo para ducharme y ponerme una buena ropa, no quería que me encontrara sucio y maloliente. Un poco de refresco y botana estaría perfecto, la verdad es que sólo quiero platicar contigo, le contesté. Me metí algo nervioso al baño por la cuestión del tiempo, lo cierto era que tampoco quería hacerla esperar mucho, así que traté de ajustarme a los escasos minutos que me quedaban. Una camisa bastante informal que tenía planchada y un pantalón holgado era lo primero que tenía a la mano y concluí que era perfecto para la ocasión que se avecinaba, loción de la más fresca en el cuello y un poco de gel en el pelo. Estaba listo para recibirla.

Bajé las escaleras un tanto apresurado creyendo que a lo mejor ella estaba afuera y llevaba ya rato esperando a que la encontrara así que abrí la puerta y eché un vistazo a todos lados… nada por este lado… nada por este otro… Me metí y revisé mi móvil, quizá me habría llamado. Nada de mensajes y ni una llamada perdida. Mi periódico, ¿dónde diablos dejé mi periódico?

¿Estás esperando a alguien más?

Brinqué y dirigí la mirada hacia el sillón apartado que se encuentra a un costado del comedor. Me quedé sin habla al corroborar que era Karla la persona que se encontraba sentada al fondo de esta fría habitación. Vestía una falda bastante corta, por lo que naturalmente mi mirada se enfrascó en sus bien torneadas piernas. Una blusa sin mangas y un collar bastante sencillo y mi periódico doblado y tomado por su mano derecha, la otra acariciando su rostro y su mirada clavada en la mía, por lo que seguía cada movimiento de mis ojos, apenándome por mirar su cuerpo sin discreción.

Ella había entrado en mi casa y no me había dado cuenta. La verdad es que se me había hecho algo así como una fantasía sexual el pensar que estaría sola conmigo en mi casa y que la podría poner a mi completa y libidinosa disposición. Pero parecía haberme leído la mente y querido anticiparse a los planes de mi perversión. Era ella de ese tipo de mujeres que enganchan todo menos el corazón. Con ella había soñado situaciones de poca ropa y mucho calor. Y heme ahí, con ella, solos en mi casa. Vuelvo al inicio de este párrafo: ¿Cómo entró a mi casa? Era lo de menos, ya estaba ahí y me estaba mirando con unos ojos que no parecían de amigos comunes, más bien felinos a punto de acechar a su presa. Era una mirada mezcla de inteligencia con perversión, dueña de un deseo que sólo yo era capaz de adivinar y contemplar.

Traté de tomarme las cosas, si no era posible con calma al menos con seguridad e improvisación de tener el control de la situación. Me gustaría suprimir el ritual del enamoramiento, del encanto, de la conquista. Me gustaría quitarle ese pedazo de cinta a la película o esas páginas a la novela e ir a lo que el instinto llama. Pero no conocía los resultados de mis anhelos, también quería que ella se entregara con la misma pasión que yo. En realidad, no era bueno para el ritual del cortejo, no me gustaba caer en la cursilería de demostrar afecto antes que deseo, antes que demostrar mi propio impulso sexual. Y fue como bajé la mirada a la sombra que se asomaba entre su prenda y sus muslos juntados, miré a los lados y la miré a los ojos, me acerqué poco a poco y estando frente a ella le ofrecí mi mano para que se incorporara, al hacerlo me rodeó con sus brazos y comenzamos a amarnos.

Qué coincidencia aquello que sentíamos.

Punto Final.

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